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lunes, 20 de febrero de 2012

¡No Juzgues!


por Enrique Monterroza
Días como hoy son los que me canso de ver y leer a tanta gente perfecta, y digo perfecta porque hoy en día abundan personas que lo saben todo, que son muy buenos para todo, que siempre tienen la opinión perfecta, que siempre saben cómo se tienen que hacer las cosas, que siempre encuentran un error en los demás, y que sobre todo son dueños de la verdad absoluta.
Es muy triste pero nosotros los cristianos a veces podemos llegar a ser las personas más despreciables del momento, porque decimos saberlo todo, porque decimos amar a Dios cuando ni siquiera somos capaces de amar al que está frente de nosotros porque simplemente no hace lo que nosotros quisiéramos que hiciera o porque simplemente no apoya lo que nosotros decimos.
Se nos hace tan fácil criticar, menospreciar, destruir, pero sobre todo pisotear al que se tropieza, pero se nos hace imposible extender una mano sin prejuicio alguno y aun mas imposible tratar de levantar y restaurar a aquel que fue despreciado por toda la comunidad.
¡Si Jesús caminara en estos tiempos por nuestras calles y visitara nuestras Iglesias!
(Ojo, lo hablo en sentido físico)
Y es que la reflexión de hoy es de esas que se te va ser difícil compartir, comentar o se te va hacer difícil terminar de leer, es de esas con las que no me hare popular (que por cierto no lo pretendo), pero es una de esas en donde personalmente estoy cansado de tanta injusticia e hipocresía.
¿Por qué somos así?, ¿Por qué somos tan duros y crueles con nosotros mismos?, ¿Acaso no jugamos para el mismo equipo?, ¿Acaso no tenemos todos un mismo objetivo? ¿No somos hijos de un mismo Padre? ¿No estaremos juntos por una eternidad?
A veces queremos hacer el trabajo que le corresponde a Dios, y menos mal que no somos Dios, porque si lo fuéramos ya hubiéramos enviado a muchos al puro infierno. Y es que somos tan profesionales para juzgar y decretar un juicio, pero somos tan lentos para verificar si lo que vemos o pensamos es lo que realmente sucede.
¿Cuándo te delego Dios para juzgar a tu hermano?, ¿En qué momento te otorgó el privilegio de enjuiciar a la persona con la que no compartes ideas o visión?
Si vemos que alguien tropieza o cae, somos los primeros en desaparecer de su círculo, somos los primeros en apártalo de lo “santo”, somos los primeros en olvidarnos que un día también nosotros necesitamos de una mano extendida que nos ayudara a restaurarnos.
Si alguien que era usado por Dios y que admirábamos humanamente hablando, comete un error, pareciera que todo lo que anteriormente hizo no valió la pena para nada y ahora se ha convertido en un derrotado y pecador empedernido, ¡Como que nosotros fuéramos tan perfectos y nunca falláramos!
A veces lo que nos falta es sinceridad y humildad para reconocer que nosotros a veces estamos hasta peor que algunos a quienes juzgamos, a veces nos sobra valor para juzgar y criticar, pero no somos lo suficientemente hombres (hablándolo en el sentido espiritual), como para reconocer que también tenemos muchas áreas en nuestra vida de las cuales no nos orgullecemos y que de salir a la luz nos avergonzarían.
¡Si Jesús viviera entre nosotros en este tiempo!
¿Sabes porque admiro a Jesús?, lo admiro porque se hizo hombre, viviendo entre nosotros, conociendo nuestro estado de primera mano y decidiendo morir por mí y por ti, pero también lo admiro porque nunca tuvo una palabra de juicio para los débiles, para los fracasados, para los que se les hacía difícil acercarse a Él. Jesús no juzgaba, Él perdonaba, Jesús no menospreciaba, Él les daba valor.
A los únicos que Jesús critica era a los que se creían tan bueno, a esos fariseos y escribas, a esos doctores de la ley que creían que eran superiores a todos por su vana religiosidad, a esos que se les era más fácil ponerles carga a los hombre y no llevarlas ellos mismos.
Esos que aparentaban lo que en realidad no vivían, esos que creían saber todo pero que en realidad no sabían nada, esos que tenían un manual de “santidad” muy diferente al que Jesús vino a enseñar, esos que se les hacía más fácil cerrar las puertas del perdón que perdonar. Esos que se les hacía más fácil menospreciar que aceptar. Esos que excluían en lugar de incluir.
A veces nos parecemos tanto a los fariseos que si Jesús viviera entre nosotros en estos tiempos no gritaría: “¡Sepulcros Blanqueados!”.
Yo me pregunto: Si Jesús viviera entre nosotros, ¿Seriamos capaces de juzgar y criticar como lo solemos hacer?, Si Jesús estuviera frente a nosotros, ¿Nos sería fácil pisotear al caído en lugar de levantarlo?, Si Jesús estuviera viéndonos frente a frente, ¿Seriamos capaces de poner tantas normas humanas olvidándonos de su gracia y misericordia? ¡Ay! Si Jesús estuviera frente a nosotros seriamos las ovejitas mas mansas que existieran. Pero como físicamente no lo vemos en lugar de ser ovejitas muchas veces nos convertimos en lobos que devoran a sus ovejas.
Discúlpenme pero no me puedo imaginar a Jesús criticando, menospreciando, dándole la espalda a los que tropiezan, no puedo imaginármelo pisoteando la mano del caído, no puedo imaginármelo echando a la gente de la Iglesia, no puedo imaginármelo poniéndole cargas a las personas que son difíciles de sobrellevar, ¡No! Lo siento, no puedo tener una imagen de Jesús diferente a lo que la Biblia nos enseña.
Personalmente no estoy de acuerdo a permitir cualquier cosa en las personas, pero no se puede obligar a las personas a no hacerlo, ese no es trabajo nuestro, ese es trabajo de Dios en la vida de cada uno, de hecho Pablo decía: “Todo me es licito, pero no todo me conviene”, Jesús lo dijo de esta forma: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y las demás cosas os vendrán por añadidura”.
Pero hay algo que Jesús dijo que es la base de todo lo que hoy quiero que reflexionemos y es lo siguiente:
“Algunos fariseos y maestros de la Ley comenzaron a hablar contra los discípulos de Jesús, y les dijeron: —¿Por qué comen ustedes con los cobradores de impuestos y con toda esta gente mala? Jesús les respondió: —Los que necesitan del médico son los enfermos, no los que están sanos. Yo vine a invitar a los pecadores para que regresen a Dios, no a los que se creen buenos”.
Lucas 5:30-32 (Traducción en lenguaje actual)
Esta es la clave: “Yo vine a invitar a los pecadores para que regresen a Dios, no a los que se creen buenos”.
Muchos oramos para que Dios nos haga que nos parezcamos a Jesús, de hecho el anhelo de muchos de nosotros es ser iguales a Jesús, pero no seremos igual a Él mientras no sintamos compasión por la gente, no seremos igual a Él mientras sigamos apedreando gente en lugar de perdonar, no seremos igual a Él mientras menospreciemos a los débiles y nos sintamos orgullosos de los “buenos”.
Cuando alguien se atreve a juzgar es porque se supone que tiene la suficiente autoridad moral y espiritual para hacerlo, sin embargo Jesús dijo:
“»¿Por qué te fijas en lo malo que hacen otros, y no te das cuenta de las muchas cosas malas que haces tú? Es como si te fijaras que en el ojo del otro hay una basurita, y no te dieras cuenta de que en tu ojo hay una rama. ¿Cómo te atreves a decirle a otro: “Déjame sacarte la basurita que tienes en el ojo”, si en tu ojo tienes una rama? ¡Hipócrita! Primero saca la rama que tienes en tu ojo, y así podrás ver bien para sacar la basurita que está en el ojo del otro.»”
Mateo 7:3-5 (Traducción en lenguaje actual)
¿Sabes? Yo sé de lo que te hablo, porque yo mismo hace unos años fui muy duro, me creí que casi era perfecto, juzgaba tan fácil al débil, llegue a menospreciar a los que no eran tan fuerte como yo (según mi ignorancia), era a veces muy cruel con el que tropezaba o caía, era un joven que tenía ideas equivocadas del amor de Dios y ahora me arrepiento de cómo llegue a ser, ahora que soy un adulto y madurado espiritualmente un poco más me doy cuenta lo que es realmente el amor de Dios, su misericordia, su gracia, la forma como cada día nos regala una oportunidad más para hacer mejor las cosas, me doy cuenta que la gente en lugar de rechazo quiere una mano extendida, me doy cuenta que es más fácil enseñarle a las personas del amor de Dios, porque estando enamorados de Dios nuestra vida tiene un cambio sobrenatural.
No tratemos de hacer el trabajo que le corresponde a Dios, Él es el único que puede juzgar y cuando lo hace su juicio es perfecto. No critiquemos, no menospreciemos, no nos creamos tan perfectos porque en realidad no lo somos, no pensemos que todos tienen que ser como nosotros, porque cada uno tiene una relación personal con Dios. No creamos que somos mejores que alguien, porque en realidad no somos mejores que nadie.
Vivamos cada día agradecidos porque Dios nos dio la oportunidad de ser sus hijos, si vemos a alguien que tropieza, extendámosle la mano, si alguien cae, levantémoslo, si alguien es débil, fortalézcamelo, si alguien falla, corrijámoslo con amor, mostremos lo que Dios nos ha dado a nosotros, ese amor tan puro con el que nos llamo, nos acepto, nos perdono y nos está restaurando.
Deja de criticar, menospreciar y creerte el más bueno de los buenos, porque no hay ninguno bueno sino solo Dios.
Jesús mismo nos hace esta invitación:
“No se conviertan en jueces de los demás, y así Dios no los juzgará a ustedes. Si son muy duros para juzgar a otras personas, Dios será igualmente duro con ustedes. Él los tratará como ustedes traten a los demás”.

Mateo 7:1-2 (Traducción en lenguaje actual)

Cuando nosotros en lugar de juzgar nos dedicamos a amar, a comprender, pero sobre todo a ayudar, nuestra vida cristiana se vuelve diferente, un gozo real inunda nuestra vida, toda amargura, enojo, resentimiento y todo sentimiento que nos lleva a juzgar desaparece, porque el amor de Dios estará inundando nuestra vida y es allí, y nada mas a allí cuando vamos a comenzar a disfrutar de lo que realmente es la vida en Cristo, una vida de amor verdadero hacia Dios y hacia nuestro prójimo.
¡No juzgues, ama!

domingo, 1 de enero de 2012

el reino de Dios y las tribus urbanas

Las tribus urbanas son una muestra de la variedad que caracteriza al mundo postmoderno. La postmodernidad valora la diversidad y, en este punto, coincide con Dios, el diseñador y autor de toda la variedad que nos rodea en la creación y en el mundo espiritual. El Reino de Dios no anula y uniformiza las tribus o subculturas, antes bien, las redime y santifica con el evangelio, ya que el Reino se convierte en la tribu que acoge a todas las tribus, la tribu de tribus.


UN MUNDO DIVERSO

Vivimos en un mundo increíblemente diverso. La variedad y la pluralidad están a nuestro alrededor miremos donde miremos. La explosión de formas diferentes se da en la flora, la fauna, los innumerables paisajes de nuestro planeta y, en nosotros mismos los seres humanos.
La humanidad está compuesta por diferentes razas. Todos los seres humanos tenemos diversos aspectos y somos diferentes, no únicamente en lo físico, sino también en lo emocional. Lo normal es la diversidad y la diferencia, lo sorprendente es la similitud. Ante tanta variedad nos sentimos verdaderamente sorprendidos cuando encontramos dos personas parecidas en lo físico y en el carácter. Incluso afirmamos con cierta frecuencia ¡Qué diferentes pueden llegar a ser personas que pertenecen a la misma familia! ¡Nadie diría que son hermanos!.
De hecho, la creación de Dios es un auténtico canto a la diversidad. No debemos perder de vista que tanta diferencia forma parte del diseño original de Dios. Existe diversidad porque así, premeditadamente, el Señor lo quiso. De hecho, afirmaríamos que la uniformidad es antinatural, que es evidente que no forma parte del diseño primitivo de Dios y, que no sería osado afirmar que es el pecado la causa de esta tendencia tan humana y tan poco divina hacia la uniformidad, todos iguales, todos pensando lo mismo, sintiendo lo mismo.
No únicamente en el ámbito de la creación se manifiesta la diversidad, también se da en el ámbito de lo espiritual. De nuevo vemos que la variedad forma parte del diseño original de Dios. Afirma la Escritura que el Señor nos ha hecho un solo cuerpo ¡Cierto! Pero también indica que ha establecido diversidad de dones, diversidad de ministerios y diversidad de funciones. La unidad de Dios nunca mata la diversidad, antes al contrario, la remarca, la pone de manifiesto, la potencia. Romanos 12, 1 Corintios 12 y Efesios 4 son buenos ejemplos.
Pablo, escribiendo a las comunidades cristianas que se reunían en la ciudad de Corinto afirma que esta diversidad, de la que hablábamos anteriormente, es así porque el propio Espíritu Santo lo ha querido de esta manera. Es Él quien ha llamado a la gente y, según las palabras del apóstol, ha distribuido los dones según a Él le ha placido, le ha dado la gana.
FAMILIA, SACERDOCIO, NACIÓN Y PUEBLO

Otro apóstol, en este caso Pedro, escribiendo a las comunidades cristianas afirma, Pero vosotros sois una familia escogida, un sacerdocio al servicio del Rey, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios, destinado a anunciar las obras maravillosas de Dios, que os llamó a salir de la oscuridad y entrar en su luz maravillosa (1 Pedro 2:9)
La primera parte de este versículo describe lo que somos. Déjame que llame tu atención sobre la palabra nación. En el original griego el vocablo que se utiliza es etné, que nosotros traducimos en castellano como etnia. Una etnia es una comunidad humana que es definida por afinidades de diverso tipo, pueden ser raciales, culturales, lingüísticas, religiosas y un largo etcétera.
Pedro está afirmando que nos hemos convertido en una nueva etnia o tribu. Una etnia muy especial, formada, tal y como dice la Biblia por gentes de todo tipo de etnias. El Reino de Dios se convierte en la etnia de las etnias. La tribu en la que todas las tribus tienen cabida. Eso si, se trata de una tribu muy, pero que muy singular.
Esta nueva etnia no nos uniforma, recordemos que la uniformidad es ajena a la creación de Dios, antes bien potencia nuestra diversidad y la celebra como parte del diseño de Dios. En el Reino somos diversos en uno. Del mismo modo que una familia es diversa, todos nosotros somos hermanos diferentes de la gran familia de la cual Jesús es el hermano mayor.
La segunda parte del versículo describe a lo que somos llamados. Destinados a cantar, proclamar, anunciar, dar a conocer las grandezas del Dios que nos llamó. Ahora bien, ¿Qué significa esto en la práctica?
En Mateo 28:18-20 encontramos el pasaje que es bien conocido como la Gran Comisión. La palabra que aparece en el original griego es, nuevamente, etné. Somos llamados a hacer discípulos en todas las etnias. Nuestras Biblias lo han traducido como naciones y, al así hacerlo, han hecho confuso el sentido del versículo ya que parece que la Gran Comisión tenga un enfoque geográfico –naciones- en vez de tenerlo cultural o sociológico –etnias-.
Si leemos la Gran Comisión con su sentido original, etnias, y recordamos como habíamos definido las etnias, el mandamiento de Jesús cobra una nueva dimensión. Somos llamados a hacer discípulos, no necesariamente en un grupo racial o nacional, sino en las etnias o tribus que pueblan nuestros países. Somos llamados a llevar a cabo la misión, no únicamente a países, sino también a todas las subculturas dentro de nuestra cultura, es decir, a todas las etnias, a todas las tribus. La Gran Comisión adquiere en el mundo postmoderno una dimensión social y cultural, mientras que en el mundo moderno tenía una dimensión geográfica.
No estamos diciendo nada que no estuviera ya presente en la Biblia. El apóstol Pablo lo indica con total claridad cuando escribiendo a los Corintios manifiesta que se hace gentil para ganar a los gentiles y judío para ganar a los judíos. Me hago, afirma, como uno de ellos para ganarlos para la causa de Cristo (1 Corintios 9:20).
La lectura contemporánea de este pasaje sería, para ganar a los raperos, surferos, rastafaris, emos, okupas, maquineros, rockeros, internautas, montañeros, etc., etc. Me hago uno de ellos. Siempre, eso si, sin comprometer los principios y valores del evangelio que, hemos de afirmar de forma tajante, no es lo mismo que los principios y valores de la cultura evangélica. No confundamos el evangelio con los evangélicos.
Dios no quiere destruir las culturas de las tribus o etnias para imponer una cultura evangélica, tradicional y uniforme. Él desea transformar, redimir y santificar esas culturas. El evangelio debe encontrar la manera de hacerlo y de expresarse en medio de ellas. Piénsalo, eres llamado a ser un misionero enviado a tu etnia particular, a tu tribu, a tu entorno, a tu ambiente.
JESÚS SE HIZO UNO DE NUESTRA TRIBU

Juan 20:21 reflejan unas palabras importantes de Jesús, Como el Padre me envió, así yo os envío a vosotros. Jesús es nuestro ejemplo de cómo debe ser nuestro comportamiento hacia las etnias y su deseo de redimirlas con el evangelio.
El mismo evangelio de Juan, en el capítulo 1 versículo 14 nos indica, que Jesús se hizo ser humano y vivió en medio nuestro. Literalmente el griego afirma que plantó su tienda de campaña en medio de nuestro campamento. La encarnación es el modelo a seguir para poder plantar el evangelio y hacer discípulos en todas las etnias. Recordemos de nuevo las palabras de Pablo, él entendió perfectamente el concepto, hacerse como uno de ellos.
De la encarnación de Jesús podemos sacar tres principios –no métodos- de trabajo.
El primer principio es la presencia. Vivió en medio nuestro y como uno de nosotros. Era conocido como Jesús, el de Nazaret, el hijo de José y de María. Antes de comenzar su ministerio público se empapó y vivió a fondo la cultura de su etnia durante 30 años. Fue un judío hasta la médula, amante de su nación, respetuoso con sus costumbres, participante de la vida cultural, religiosa y festiva de su propia gente.
El segundo principio es la identificación. Jesús se hizo como tú y como yo. Su humanidad fue real, no fue un mero disfraz, no fue una pretensión de ser humano. A excepción del pecado, vivió y experimentó todo aquello que un ser humano puede vivir y experimentar, incluyendo la más humana de todas las experiencias, la muerte. Se despojó totalmente de su divinidad, tal y como indica Filipenses capítulo 2, y en su condición de total y absoluta humanidad se humilló hasta identificarse con los más bajos y más miserables de todos, los cobradores de impuestos y los pecadores.
El tercer principio es dar a conocer a Dios. Juan, en su evangelio, en el capítulo primero, nos indica que nunca nadie ha visto a Dios, sin embargo, Jesús, su hijo, nos lo ha dado a conocer. Jesús nos habló y nos dio a conocer a Dios de una manera que era relevante para nosotros, de una forma que pudiéramos entenderlo. Jesús nos muestra cómo es Dios y con su vida hace creíble el compromiso de amor que Dios tiene hacia nosotros.
¿Cómo somos enviados nosotros? Nosotros, que formamos parte de la etnia que acoge a todas las etnias, somos enviados como Jesús lo fue, a hacer discípulos en todas las otras etnias. No para uniformarlas, antes bien, para redimirlas con el evangelio. No para hacerlas evangélicas, sino para que el evangelio se exprese a través de ellas.

Como Cristo plantó su tienda en medio de su etnia, del mismo modo debemos plantar nuestras tiendas en medio de las etnias de nuestra sociedad.

La encarnación, ser como uno de ellos, es nuestro modelo de misión a las etnias de nuestras sociedades. Identificándonos con ellas, teniendo presencia en medio de ellas y dando a conocer a Dios de manera que sea relevante para esa etnia, es decir, usando sus símbolos y códigos de comunicación.

IDOLATRÍA POSTMODERNA

Uno de los grandes peligros de la postmodernidad es hacernos dioses a nuestra medida, conforme nuestros deseos e intereses. Los cristianos evangélicos no estamos a salvo de crear nuestros propios ídolos teológicos. Únicamente volvernos a Jesús puede salvarnos de este nuevo tipo de idolatría.




NO TE HARÁS IMÁGENES NI LAS ADORARÁS

El capítulo 17 del libro de Jueces nos cuenta la sorprendente historia de Micaía. Este personaje se construyó un ídolo con un dinero que le había robado a su madre. Después, contrató a un levita que se encontró de forma fortuita para que fuera su sacerdote personal. Tenía todo lo que necesitaba, su propio Dios y su propio sistema de culto, ambas cosas, naturalmente a su servicio. De hecho, su historia acaba con el convencimiento de Micaía de que las bendiciones de su dios estaban aseguradas.

El mandato bíblico tal y como aparece en Éxodo 20: 1-4 prohíbe expresamente que nos hagamos ningún tipo de imagen de Dios, que no nos fabriquemos ídolos y, naturalmente, mucho menos que los adoremos. Nosotros, los evangélicos, hemos usado este pasaje en nuestra confrontación con los católicos y les hemos acusado de idólatras y de romper de forma descarada uno de los diez mandamientos. Nos sentimos muy satisfechos de que, a diferencia de ellos, nosotros estamos libres de idolatría y no tenemos ni adoramos imágenes.

Lamentablemente no es del todo verdadero porque, si bien es cierto, que carecemos de ídolos de metal si que tenemos y, tremendamente poderosos, ídolos mentales. Porque la prohibición bíblica de no hacer imágenes no queda relegada única y exclusivamente al ámbito material, sino también al ámbito mental. Puedes crearte tu propia imagen mental de Dios y adorarla, reverenciarla e incluso manipularla a favor tuyo. Personalmente me dan mucho más miedo las imágenes mentales que las de metal (o madera, plástico metacrilato o cualquier otro material), ya que las primeras son mucho más poderosas, perniciosas y sutiles que las últimas.

Un poeta escribió, la mente se convierte en aquello que contempla. Esto es un arma de doble filo, porque si lo que contemplamos es bueno, nos transformamos a su imagen, pero es fácil imaginar que sucederá si aquello que contemplamos es una imagen equivocada. Es un principio antropológico que los pueblos moldean su carácter en función del tipo de dioses que adoran. Pueblos que adoran dioses de la guerra acostumbran a ser sanguinarios. Si nos convertimos en aquello que adoramos hemos de estar seguro que la imagen de Dios que tenemos es la correcta y la adecuada y, naturalmente, si estamos trabajando con jóvenes hemos de transmitirles una correcta perspectiva del Señor evitando la transmisión de mis propios ídolos.


ÍDOLOS TEOLÓGICOS

El hecho de que seamos cristianos y que tengamos la Palabra de Dios no nos hace inmunes al peligro de crear nuestras propias imágenes mentales de la divinidad. Tenemos la tendencia a pensar que nuestra imagen de Dios es fiel, objetiva y responde claramente a lo que las Escrituras enseñan. Permíteme decirte que eso no necesariamente es cierto.

Todos nos acercamos a la Palabra con un filtro teológico. Este es proporcionado por nuestro contexto religioso, iglesia, denominación, misión, etc. Este filtro hace que veamos a Dios, su relación con nosotros, con el mundo y la vida cristiana en general, de una manera muy determinada y precisa. Este filtro, permíteme la comparación, es como tu retina, ves a través de ella pero no eres consciente en la vida cotidiana de su existencia.

Tener un filtro teológico no es malo si somos conscientes de ello. No es pernicioso si reconocemos que lo que vemos a través de él es limitado, no es definitivo y puede, es más, necesita ser sometido a revisión. Lo que resulta fatal es cuando confundimos nuestro filtro con la realidad y nos pensamos que ambas cosas son similares. Entonces, nuestra imagen de Dios se ha convertido en un ídolo teológico, pero ídolo al fin y al cabo. Entonces, ya no estamos adorando al Dios único sino más bien a la imagen que de Él nos hemos formado a través de nuestro filtro teológico y a esa imagen adoramos y a semejanza de ella nos conformamos y se moldea nuestra vida.

Tener la Palabra de Dios no necesariamente es garantía de la carencia de filtros que condicionen nuestra interpretación de la misma. Los fariseos en tiempos de Jesús son un claro ejemplo de ello. Eran buenos conocedores y estudiosos de la Palabra, sin embargo, tenían su propio filtro que condicionaba de formal total la interpretación de la misma. Al respecto, Alan Hirsch, en su libro, Untamed: Reactivating a Missional Discipleship, dice lo siguiente:

Ciertamente este fue el problema de los fariseos: su doctrina se convirtió en algo tan consolidado que programó de antemano su comprensión de Dios. Eso significó que fueron incapaces de comprender a Dios tal y como se manifestó en Jesús: Jesús simplemente no encajaba con sus categorías teológicas. Sin embargo, rehusaron cambiar estas categorías para que encajaran con la revelación de Dios y, de este modo, acabaron rechazando al Mesías que tanto habían anhelado.

No nos engañemos, esto mismo puede sucedernos a nosotros. Podemos estar forzando a Dios dentro de nuestra estructura teológica para que se acomode a nuestros parámetros. Podemos estar creando un ídolo teológico y, lo que es más triste, sin tener conciencia de ello y juzgando como idólatras a aquellos que perciben a Dios de forma diferente. Ahora bien ¿Es posible evitar la creación de ídolos teológicos? ¿Podemos evitar el quebrantamiento del mandamiento divino de no hacernos imágenes?



JESÚS EL ANTÍDOTO CONTRA LA IDOLATRÍA MENTAL

Jesús es la única posibilidad de evitar la formación de ídolos que sustituyan al verdadero Dios en nuestras mentes y nuestras vidas. Considera estas citas bíblicas:

“A Dios nadie la vio jamás; el Hijo único, que es Dios y vive en íntima unión con el Padre, nos le ha dado a conocer”. (Juan 1:18)

“Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de todo lo creado. Todo lo ha creado Dios sustentándolo en él”. (Colosenses 1:15)

“Para esos incrédulos, cuya mente está de tal manera cegada por el dios de este mundo, que ya no son capaces de distinguir el resplandor del glorioso mensaje evangélico de Cristo, imagen de Dios”. (2 Corintios 4:4)

“Dios habló en otro tiempo a nuestros antepasados por medio de los profetas, y lo hizo en distintas ocasiones y de múltiples maneras. Ahora, llegada la etapa final, nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien trajo el universo a la existencia. Y el Hijo, que es reflejo resplandeciente de la gloria de Dios e imagen perfecta de su ser, sostiene el universo…”. (Hebreos 1. 1-3)

Estos versículos nos dicen algo muy importante, si quieres conocer cómo auténticamente es Dios debes de mirar a Jesús, porque como muy bien declaran las Escrituras, Jesús, quien él mismo es Dios, es el único interprete autorizado de cómo la divinidad es.

Lo podemos decir más alto pero no más claro, cualquier interpretación de Dios que entre en contradicción con Jesús debe ser desestimada como incompleta, inadecuada o sesgada, porque afirma la Palabra que Jesús es quien refleja al Padre y nos lo ha dado a conocer.

Esto es muy importante porque Jesús es el centro de la revelación de Dios, Él es la revelación final y definitiva que hace que todas las demás deban ser interpretadas a su luz. Eso, en la práctica, significa que no debes de mirar a Jesús a través de los ojos del Antiguo Testamento o de Pablo, antes al contrario, debes mirar hacia atrás, el Antiguo Pacto, y hacia delante, las epístolas, a través de los ojos del Maestro de Nazaret fiel reflejo de quién y cómo Dios es.

Por tanto, cualquier aparente contradicción entre el Dios de Israel o el Dios de Pablo ha de ser resuelta en Jesús, y si la contradicción aparente no puede se resuelta o reconciliada por nuestra mente, entonces debemos humildemente rendirnos ante Jesús, imagen perfecta de Dios.



APLICACIÓN PERSONAL Y MINISTERIAL

Nadie está exento del peligro de crearse ídolos mentales. Tú y yo debemos de tomar nuestra imagen de Dios y traerla humildemente ante Jesús para que la evalúe y nos indique, si es necesario, que cambios debemos implementar para asegurarnos que adoramos al verdadero Dios. No debemos tratar de forzar a Jesús en nuestra teología eclesial o denominacional, antes bien, debemos permitir que Jesús la redima.

De no hacerlo así, estaremos cayendo en el pecado postmoderno de crearnos nuestro propio ídolo, un dios que se ciña a nuestras expectativas, deseos, ilusiones o perspectivas teológicas. Pero que no será el Dios revelado en Jesús.

Del mismo modo hemos de revisar qué tipo de Dios estamos enseñando a nuestros jóvenes. Hemos de ser honesto y valorar si estamos acercando al Dios revelado en Jesús a nuestros jóvenes o, por el contrario, estamos acercando un ídolo prefabricado. Recordemos que, tal y como les sucedió a los fariseos, la posesión y conocimiento de la Escritura no nos vacuna contra ese peligro automáticamente.

Si nos convertimos en aquello que contemplamos, es urgente y prioritario que contemplemos al Jesús de los evangelios, lleno de amor, perdón, gracia, aceptación, preocupación por el pobre, el que sufre, el desvalido, comprometido con redimir todo lo creado por Dios y corrompido por el pecado. Al Dios de la santidad y la justicia pero, como dice Juan, lleno de gracia y verdad. Mira más allá de tus ídolos teológicos al verdadero Dios revelado en Jesús.